“¿Yo qué soy para ti?”, pregunta Consuela Castillo (Penélope Cruz) a David Kepesh (Ben Kingsley). David casi balbucea delante de ella. No sabe qué decir, cómo expresar lo que siente. Su mirada se convierte en la de un niño. Envejecer no implica necesariamente madurar. Eso es lo que transmite Coixet en esta escena que contiene la esencia de la historia. Elegy demuestra que la edad es sólo una cifra, porque un hombre de 60 años puede comportarse igual que un crío de 17 y ser igual de torpe que él, y una mujer treinta años más joven puede demostrar una madurez de la que el otro carece.
La parte más dolorosa de la película, y a la vez en la que el film de Isabel Coixet se lo juega todo, tiene lugar cuando Consuela vuelve a David dos años después y le pide que le haga una última fotografía. La última fotografía en la que quedará grabada para siempre su belleza. Penélope Cruz mira al objetivo de la cámara del profesor en un instante excepcionalmente emotivo. En ese plano está todo el sentido y la esencia de Elegy.
Elegy, sin duda, está impregnada del estilo de Isabel Coixet. Sigue teniendo la misma visión trascendente del mundo, pero, sin embargo, este film no respira el mismo aire fresco ni la misma intensidad emocional que los anteriores. Y es que es la primera vez que Coixet no firma el guión, y que éste no es original, lo que ha valido muchas críticas a la directora.
Imagen: La Butaca
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