Podía oír las olas del mar Egeo, que sonaban como una reverberación, como un tumulto. Parecían poseer una fuerza depuradora, como si limpiasen mi memoria y me encontrara conmigo mismo, con mi mundo interior. Piensas en todo lo que has vivido, en todo lo que has sentido, en todas las cosas que has hecho y te quedan por hacer. Recuerdas momentos tristes, sientes nostalgia por muchas cosas y echas en falta a los que ya no están. Pero, de pronto, tienes la extraña sensación de estar en total armonía contigo mismo. En ese instante todo es perfecto: la suavidad de la luz, la ligera brisa del aire, el pausado rumor del mar… Inspiras profundamente y la vida te parece más sencilla y transparente que nunca…
Tras ver Mi vida sin mí por tercera vez recordé aquel momento de mi vida y pensé que para crear historias así había que vivir muchos momentos con uno mismo y reflexionar en tu mundo interior. Estoy seguro de que a Isabel le pasará a menudo, porque logra que las películas sirvan como medicina contra el mal de espíritu para los espectadores. Porque Coixet consigue que sus historias trágicas no resulten oscuras ni deprimentes, sino esperanzadoras. Aunque los finales sean tristes. Porque cuando los sueños se derrumban no se acaba todo. Hay muchas cosas que merecen la pena y que se pueden salvar. Muchas cosas que a lo mejor estaban ahí desde antes y que valen tanto o más que los sueños perdidos…
Imagen: yarince
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