De vez en cuando se asoma a las pantallas una película como esta pequeña producción irlandesa independiente que fue avalada por el Festival de Sundance. “Once” es difícil de definir por su sencillez, que deja una paradójica sensación de plenitud, de conseguir lo máximo con lo mínimo, poco más que una preciosa historia con más sugerencias que acontecimientos, un puñado escaso de actores y, sobre todo, un tono, una forma muy personal de narrar con naturalidad… Y todo ello es lo que recuerda irremediablemente a Coixet.
La música es la esencia de este relato de John Carney que cuenta el encuentro casual entre un cantante callejero y una vendedora de rosas a la que da vida una actriz que tanto físicamente como interpretativamente recuerda a Sarah Polley. Ambos se sienten tímida pero inequívocamente atraídos el uno por el otro y arrastran el peso de la realidad y del pasado. Se produce una mezcla de solidaridad, exaltación y melancolía entre estos dos náufragos perdidos en distintas corrientes de un mismo océano que recuerdan a la química especial que surge entre Sarah Polley y Tim Robbins en “La vida secreta de las palabras”.
La música es la esencia de este relato de John Carney que cuenta el encuentro casual entre un cantante callejero y una vendedora de rosas a la que da vida una actriz que tanto físicamente como interpretativamente recuerda a Sarah Polley. Ambos se sienten tímida pero inequívocamente atraídos el uno por el otro y arrastran el peso de la realidad y del pasado. Se produce una mezcla de solidaridad, exaltación y melancolía entre estos dos náufragos perdidos en distintas corrientes de un mismo océano que recuerdan a la química especial que surge entre Sarah Polley y Tim Robbins en “La vida secreta de las palabras”.
Imagen: arteycritica.wordpress
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